Lo que sé
de los hombrecillos
es, de entrada, un relato bastante inclasificable: un catedrático de economía
jubilado se da cuenta, un día, que existen hombres pequeños vestidos de gris y
que tiene un “doble”, es decir, un hombre en miniatura con el que puede
conectarse mentalmente, de manera que lo que uno siente lo puede sentir el otro
o, rizando el rizo, el catedrático puede entonces tener un mismo atisbo de conciencia
(una doble conciencia, por así decirlo), la del hombrecillo y la de él, a la
vez.
Bien,
pues ahí tenemos el nudo narrativo, y luego Juan José Millás hace el resto al
llevarnos por lugares imaginativos, divertidos, frescos, con una prosa, todo
hay que decirlo, impecable, de cinco estrellas. Las peripecias que el
protagonista pasa en compañía de su doble en miniatura recogen situaciones
hilarantes y absolutamente fantásticas, como la entrada al mundo del
hombrecillo con sus coetáneos también pequeños y el orgasmo que experimentan
los dos, debido a su “interconexión”, en el enjambre con la reina… Y a
propósito de orgasmos, los que cuenta Millás tienen siempre un desarrollo que
realmente sorprende por su inventiva y, de hecho, el relato está trufado de situaciones
con componentes sexuales bastante explícitos, por cierto.
Lo que sé
de los hombrecillos
es una obra muy divertida, y estupendamente escrita, en donde la fantasía y la
imaginación se desbordan sin ningún tipo de censura hacia todo tipo de
situaciones chocantes, a pesar o quizás debido, precisamente, al contraste
entre dos mundos, dos tamaños, dos voluntades, dos cerebros, destinados a
cohabitar. Es lo que tiene el mundo de la literatura: se puede fantasear
libremente, todo puede ser posible dentro de unos determinados parámetros. Lo
que hace Millás dentro de esos parámetros es un ejercicio de estilo impecable,
absolutamente recomendable para quien quiera evadirse por unos momentos del
“mundanal ruido” hacia una experiencia imaginativa que va de sorpresa en
sorpresa.
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